Hace un tiempo escribía sobre el
continuismo político y la falta de cambio real que han supuesto los pactos en
cascada protagonizados por Coalición Canaria y el Partido Socialista tras las
elecciones de Mayo.
Esta supuesta “normalidad” de
pactos y repartos vivida en los últimos meses ha sido reiteradamente
justificada por unos y por otros. Estabilidad, razón, centralidad, equilibrio…
son términos repetidos hasta la saciedad para justificar el mantenimiento del
status quo, para mantener que nada cambie de verdad, salvo algún que otro
retoque estético. Como todos los mantras, se repiten hasta el infinito, y quien
los pronuncia acaba entrando en trance y perdiendo la noción de la propia
realidad, sumiéndose en una ensoñación que poco tiene que ver con la naturaleza
de lo realizado. ¡Y ese sueño de la razón acaba produciendo verdaderos
monstruos!.
Un monstruo, por ejemplo, es la
multiplicación sin escrúpulos de cargos pagados con dinero público, porque hay
que satisfacer todas las demandas de reparto, y devolver todos los favores. Se
fragmentan concejalías o áreas vinculadas lógicamente y se reparten, de manera
más o menos justa, las que conllevan más fotos y más presencia pública, porque
lo importante es ser visto, y pasa a segundo plano lo que se haga realmente.
Otro de los monstruos es que se nombran todos los cargos públicos a tiempo
parcial que se quiera, porque la ley no limita, aunque se les retribuya por un
75% o un 90% de la jornada habitual, porque la ley deja “agujeros” y hay quien
siempre está dispuesto a rellenarlos. También se coloca el máximo de los cargos
de confianza que establece la ley pero, paralelamente, se recoloca a personal
de la Administración afín, partidariamente hablando, para completar los
servicios “directos” que hagan falta, pervirtiendo soberanamente la
imparcialidad de la función pública. Y de aquí surge el monstruo de las
filtraciones y del espionaje entre partidos cogobernantes, o entre el propio
personal de las instituciones, para controlar a los “descontrolados”, generando
una división interna y unas desconfianzas que restan enorme cantidad de
energía, y que va en detrimento del servicio que debe prestarse a la
ciudadanía. Monstruos… monstruos…. que alcanzan su máxima expresión en el
nombramiento de toda la cohorte de cortesanos y cortesanas que ocupan los
cargos de libre designación política que, salvo honrosas excepciones que han
demostrado conocimientos y un trabajo reconocible en las áreas que les asignan,
son mayoritariamente el resultado de compensaciones por favores realizados (que
implicarán siempre la devolución de este favor recibido, cerrando el círculo de
dependencia infinitamente) o compromisos personales, familiares, empresariales,
lobbísticos o de las más monstruosas procedencias. ”No te preocupes que te
buscamos un echadero” o “¿Qué hay de lo mío?” deben ser la frases más repetidas
últimamente.
Buena parte de nuestra sociedad está,
desgraciadamente, acostumbrada a esta “normalidad” y así nos va. Una
“normalidad” que nada tiene que ver con la transparencia y, mucho menos, con la
regeneración política tan reclamada por muchos ciudadanos y ciudadanas. Algunos
de este último grupo recibimos unos calificativos, también habituales, en los
discursos monocordes y repetidos a modo de letanía: “son duros y radicales”.
Tengo que reconocer que siempre me han hecho gracia estos atributos porque, si
bien quienes los emiten pretenden descalificar, yo los recibo como un
reconocimiento a la saludable diferencia y a la democrática diversidad. La
dureza la traduzco realmente en no pasar por el aro y no arrodillarse perdiendo
la propia dignidad. La radicalidad significa para mí, profundizar en las cosas
buscando la raíz de los problemas, para poder resolverlos, y no apuntarse a un
discurso único, repetido hasta el infinito como la verdad absoluta, sin hacer
un análisis de las alternativas posibles. Y podré equivocarme pero, por lo
menos, lo habré pensado por mí misma, sin repeticiones automáticas. La libertad
de pensamiento y acción es profundamente rechazada por el sistema político y
económico “normal” implantado, aunque lo llamen democracia, porque es
revolucionaria y hace peligrar las relaciones de poder establecidas y el
control, por unos pocos, de las mayorías ciudadanas. Por eso existen los
monstruos y por eso existen los echaderos, que, estoy convencida, no son
“normales” sino, por el contrario, aberrantes e indignos.