jueves, 30 de julio de 2015

En busca del echadero prometido

Hace un tiempo escribía sobre el continuismo político y la falta de cambio real que han supuesto los pactos en cascada protagonizados por Coalición Canaria y el Partido Socialista tras las elecciones de Mayo.

Esta supuesta “normalidad” de pactos y repartos vivida en los últimos meses ha sido reiteradamente justificada por unos y por otros. Estabilidad, razón, centralidad, equilibrio… son términos repetidos hasta la saciedad para justificar el mantenimiento del status quo, para mantener que nada cambie de verdad, salvo algún que otro retoque estético. Como todos los mantras, se repiten hasta el infinito, y quien los pronuncia acaba entrando en trance y perdiendo la noción de la propia realidad, sumiéndose en una ensoñación que poco tiene que ver con la naturaleza de lo realizado. ¡Y ese sueño de la razón acaba produciendo verdaderos monstruos!.

Un monstruo, por ejemplo, es la multiplicación sin escrúpulos de cargos pagados con dinero público, porque hay que satisfacer todas las demandas de reparto, y devolver todos los favores. Se fragmentan concejalías o áreas vinculadas lógicamente y se reparten, de manera más o menos justa, las que conllevan más fotos y más presencia pública, porque lo importante es ser visto, y pasa a segundo plano lo que se haga realmente. Otro de los monstruos es que se nombran todos los cargos públicos a tiempo parcial que se quiera, porque la ley no limita, aunque se les retribuya por un 75% o un 90% de la jornada habitual, porque la ley deja “agujeros” y hay quien siempre está dispuesto a rellenarlos. También se coloca el máximo de los cargos de confianza que establece la ley pero, paralelamente, se recoloca a personal de la Administración afín, partidariamente hablando, para completar los servicios “directos” que hagan falta, pervirtiendo soberanamente la imparcialidad de la función pública. Y de aquí surge el monstruo de las filtraciones y del espionaje entre partidos cogobernantes, o entre el propio personal de las instituciones, para controlar a los “descontrolados”, generando una división interna y unas desconfianzas que restan enorme cantidad de energía, y que va en detrimento del servicio que debe prestarse a la ciudadanía. Monstruos… monstruos…. que alcanzan su máxima expresión en el nombramiento de toda la cohorte de cortesanos y cortesanas que ocupan los cargos de libre designación política que, salvo honrosas excepciones que han demostrado conocimientos y un trabajo reconocible en las áreas que les asignan, son mayoritariamente el resultado de compensaciones por favores realizados (que implicarán siempre la devolución de este favor recibido, cerrando el círculo de dependencia infinitamente) o compromisos personales, familiares, empresariales, lobbísticos o de las más monstruosas procedencias. ”No te preocupes que te buscamos un echadero” o “¿Qué hay de lo mío?” deben ser la frases más repetidas últimamente.

Buena parte de nuestra sociedad está, desgraciadamente, acostumbrada a esta “normalidad” y así nos va. Una “normalidad” que nada tiene que ver con la transparencia y, mucho menos, con la regeneración política tan reclamada por muchos ciudadanos y ciudadanas. Algunos de este último grupo recibimos unos calificativos, también habituales, en los discursos monocordes y repetidos a modo de letanía: “son duros y radicales”. Tengo que reconocer que siempre me han hecho gracia estos atributos porque, si bien quienes los emiten pretenden descalificar, yo los recibo como un reconocimiento a la saludable diferencia y a la democrática diversidad. La dureza la traduzco realmente en no pasar por el aro y no arrodillarse perdiendo la propia dignidad. La radicalidad significa para mí, profundizar en las cosas buscando la raíz de los problemas, para poder resolverlos, y no apuntarse a un discurso único, repetido hasta el infinito como la verdad absoluta, sin hacer un análisis de las alternativas posibles. Y podré equivocarme pero, por lo menos, lo habré pensado por mí misma, sin repeticiones automáticas. La libertad de pensamiento y acción es profundamente rechazada por el sistema político y económico “normal” implantado, aunque lo llamen democracia, porque es revolucionaria y hace peligrar las relaciones de poder establecidas y el control, por unos pocos, de las mayorías ciudadanas. Por eso existen los monstruos y por eso existen los echaderos, que, estoy convencida, no son “normales” sino, por el contrario, aberrantes e indignos.

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